Primera Comunión

 


Queridas Sarab y Paloma:

En unos días van a hacer su Primera Comunión. Y, una vez más, es un momento especial que me lo voy a perder. De gran relevancia, como deja notar la celebración familiar, la alegría, los vestidos, la comida y la torta.

Cada historia de Primera Comunión es distinta. Mi prima, que murió el mes pasado, la hizo vestidita de monja. Era la costumbre. En lo personal no me agrada. Lo recordé cuando vi una foto de ella junto a su mamá y a mí, delante del pastel. Otros se lo han tomado con otra seriedad. Me comentaban que buscaron estar en oración toda la semana anterior. Tarea titánica para cualquier niño y nada recomendable. Al final quienes hacen la Primera Comunión son niños, con su mundo propio.

En mi caso la preparación fue un poco particular. Todo ocurrió en el primer apartamento que recuerdo, que era alquilado. Dos años antes vino un primo a pasar vacaciones. Estuvo yendo a la parroquia a la que pertenecíamos. Yo también lo acompañaba, aunque era un año menor. Ahí el padre Felipe, un carmelita español, pero no de la rama que su mamá conoció en Venezuela, le tomaba la lección. Al final todo consistía en memorizar respuestas a un grupo de preguntas. No recuerdo haber estado en su Primera Comunión.

El año siguiente a que la hiciera él me fui preparando en mi colegio. Tenía 8 años y estaba en tercer grado. Creo recordar que la preparación fue en las mismas clases. La maestra de clases se llamaba Graciela Castellanos, pero la catequista era Perla Fisher. Sospecho que había sido monja.

El día de las confesiones se hizo una larga cola que iba desde la capilla privada de los padres agustinos que regían el colegio hasta el patio, que se unía por un corredor que pasaba a lado de la biblioteca. Cuando la fila del patio era absorbida por el corredor, éramos succionados hasta una reja. Luego se subían unos escalones y uno entraba en la capilla de la comunidad. Parecía una maquinaria finamente aceitada. No sé cuántos sacerdotes había en esa capilla. Había unos reclinatorios y en uno de ellos me arrodillé con el temor del caso. Creo que me encontré con el sacerdote de hábito y cinturón negro, con su capucha sin cubrir y estola morada. Aunque lo que viene a mi memoria fue el encuentro con su oreja. Estaba sentado de lado. Nunca me miró, pese a que no había confesionario (con su rejilla). A escasos centímetros de distancia, había otros tres que también estaban en la labor de la reconciliación. Por lo que la premura de oír la confesión ajena o que los demás escucharan la mía, arruinó el momento, que ya por sí mismo produce suficientes nervios.

El catorce de mayo de 1971. Creo que fue día de las madres. Mis padres me dejaron en el colegio y ahí fuimos en transporte escolar a la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe, a lado del colegio Santo Tomás de Villanueva, que atendían también los agustinos. Yo llevaba un flux (con chaleco) color marrón. A mi mamá siempre le gustó ser, dentro de lo clásico, original y diferente. Me parece que estaba lloviznando cuando llegamos. Adentro el ambiente se fue haciendo caluroso y húmedo.

La celebración transcurrió con normalidad. Con mucha alegría, regresamos al colegio a compartir un desayuno ¡Todo iba fenomenal! Hasta que terminó. Entonces salí de la biblioteca, que había servido comedor (solo tenía estantes de libros adosados a las paredes). En el patio, comencé a buscar a mis padres. Y no había forma de conseguirlos. Me fui angustiando y, seguramente, a imaginarme que no los iba a hallar. Así que no tenía idea de lo que iba a hacer ni qué les había pasado. Por supuesto que comencé a llorar. Con un llanto desconsolado, porque era de abandono (además que era mi primer año en el colegio y no siempre me adapté a los compañeros como hubiera querido). Alguien me prestó unas monedas (que yo recuerde ni monedas tenía). Por fortuna, me sabía el número de teléfono de mi casa (62.81.60). Desde un teléfono monedero hice la llamada. En mi casa el teléfono lo habían instalado hacía uno o dos años, pero ¡por supuesto! yo era el que menos lo había utilizado. En ese momento no había celulares. Entonces escuché la voz de mamá. Entre jipidos pude decirle que todo había terminado y no los había encontrado. Entonces me fueron a buscar.

La razón de su ausencia era que mi tío se había sentido mal. Se le había bajado la tensión, supondría que por el calor y el gentío. Pero también porque había pasado un mal rato. Él era fotógrafo. Trabajaba como director del departamento de reproducciones de la facultad de Farmacia de la Universidad Central de Venezuela. Se desempeñaba como técnico audiovisual. Y quiso tomarme unas buenas fotos. Pero no lo hizo, pues uno de los sacerdotes organizadores había prohibido tomar fotografías a espontáneos desde el inicio de la misa. Todo iba a estar cargo del fotógrafo que el colegio había contratado. Sin embargo, el momento de la comunión se transformó en una “merienda de blancos” (el dicho original dice “negros”, pero tiene sentido despectivo, aunque la impresión en los tiempos coloniales hubiera sido de real desorden). Y eso le sentó mal. Todo el mundo se saltó la norma, excepto él.

En lo personal nunca me ha parecido muy convincente la argumentación. Porque es como si tiraran por la borda al niño para salvar a la tripulación del naufragio, cuando el personal tenía flotadores. Lo que sí consiguieron fue ensombrecerme ese día en su narrativa. Aunque más allá de los recuerdos, al final Jesús sí entró en mí… y entró con su cruz.

No sé cómo ustedes lo vayan a vivir. Deseo con fervor que sea mejor que mi día. Pero quisiera dejarles algunas pistas. Por aquello que los adultos nos ponemos prosopopéyicos en algunas ocasiones. A veces para bostezos de los más pequeños.

Lo primero a recordar trata que la Comunión es relación. Así como la amistad no es una cosa que viene embotellada al vacío sin tomar en cuenta a las personas, sino la manera cómo nos encontramos con quienes identificamos como nuestros amigos. Igualmente, la relación con nuestros padres, que no es una obligación legal, sino el encuentro con las palabras, la mirada, la sonrisa, la entonación de voz, sus abrazos, sus caricias… y con sus regaños, cuando hacen falta por nuestro bien. También la Comunión es relación.

Al menos en español es muy evidente: Comunión es común-unión. Lo que hace que dos cosas estén unidas por algo que comparten ambas. Las dos franjas de un río comparten en común el puente que les une. O las distintas ramas de un árbol comparten el mismo tronco que se alimenta de raíces comunes. Claro que el caso de las personas no se consigue por algo exterior. Se comparte la coincidencia de experimentar situaciones en común.

Piensen en ustedes: durante nueve meses compartieron la experiencia, aunque no se acuerden, de estar una a lado de la otra dentro de mamá ¡Esto es muy lindo! ¡Las tres unidas en el amor, como un solo ser con tres corazones! Porque, si nos ponemos a pensar, durante nueve meses su mamá y ustedes dos tuvieron una experiencia de comunión bien particular. Y no puedo dejar de pensar que algo así ocurre en Dios, que es Trinidad: en Dios Padre está el Hijo y el Espíritu Santo, en una unidad única, pero diferenciándose unos de los otros sin separarse. Es lo que decimos cuando afirmamos la unidad de Dios en Tres Personas. Pues bien, comulgar es vivir de manera especial lo que ocurrió en el bautismo. Cuando nos bautizaron, nos unieron a la Trinidad a través de Jesús. En Jesús nosotros también participamos de la comunión de las Tres Personas divinas. Y eso vuelve a ocurrir, fortaleciendo e intensificándose, cuando comulgamos, compartiendo la misión de Jesús y glorificando al Padre.

Con esto estamos entrando en profundidades. Porque nuestra Fe es relacional (o sea, se basa en relaciones de comunión, porque el amor nos une). Pero es interesante e importante, porque el reto del cristiano es que esto nos transforme y nos transforme desde las cosas básicas que hacemos. Es decir, que cada cosa, por insignificante que parezca, pueda vivirse desde esa comunión, aunque no nos estemos acordando. Y ello incluye nuestros actos y decisiones.

Una de las cosas más contradictorias (y tristes) es el tema del pecado (por el cual nos confesamos). Voy a intentar aclararme. Toda la preparación que hacemos a veces se basa en la conciencia (y es verdad) de haber pecado. Por eso nos confesamos. Cuando pensamos en nuestras acciones, lo hacemos para hacer un examen de conciencia y confesar de lo que hayamos hecho mal. Pero esto que llamamos moral (teología moral) está mal planteada en la catequesis. Porque la teología moral debe ayudar a la toma de decisiones antes de actuar y no solo para hacer el examen de conciencia posterior. O sea, no puede ser como el recoge-basuras que le toca botar todos los estropicios de nuestras acciones contrarias a Dios. Lo que debería importar es tener una conciencia que sepa identificar, por lo menos en los casos donde sea posible, lo que corresponde al bien y diferenciarlo del mal.

Y ese proceso requiere de algunas referencias exteriores, pero, por otro lado, de que cada uno aprenda a identificar lo que persigue con cada comportamiento. Por ejemplo, divertirse es genial, si tengo tiempo libre y me ayuda a fortalecer las relaciones con mis amigos; pero es fatal si debo estudiar o hacer una tarea. Una ocurrencia puede ser muy graciosa, pero, si eso va a entristecer a alguien, puede que sea una mala idea. Si yo no cuido mi salud y me exijo estudiar sin descansar lo suficiente, puedo enfermarme. Y así en tantos casos. Está bien que luego caigamos en cuenta de en qué hemos pecado. Inclusive si en algún momento hemos optado por algo que realmente no está bien (el humillar a quien nos ha hecho sentir mal). Pero importa aprender a elegir. La vida es una permanente elección.

Por último ¿qué pensar de nuestra Fe cuando vemos a tantas personas con creencias de diverso tipo? Lo primero es que debe ser una vivencia. De lo contrario, será solo unas ideas entre otras muchas ideas. Lo segundo, que los demás, que tienen otras religiones, puede que también estén buscando con sinceridad y vivencia a Dios. Lo tercero (y es aquí donde hacemos una presunción, en el sentido técnico), Dios no se niega a salir al encuentro de otras personas a través de otras religiones. Pero en la Biblia y en Jesucristo se ha revelado su auténtico rostro, que consideramos que esas religiones tantean en la oscuridad.

Esto es una suposición que otros pueden considerar presuntuosa. Pero lo que queremos decir (y lo hacemos sonrojándonos) es que en Jesús (más que en el cristianismo, que a veces ha reflejado muy mal a Jesús) tenemos la medida con la que medir la autenticidad de las experiencias religiosas. Por ejemplo, una religión que crea que da gloria a Dios en base a la violencia, deja de ser auténtica y se transforma en un disfraz de las pasiones más viles del ser humano. Las que desprecia a los demás, por ser diferentes, no manifiestan a apertura para el encuentro con todos que aparece en Jesús. Esas que consideran a la mujer inferior al varón, no parece que reflejan la igualdad, compenetración y complementariedad con la mujer que vemos en la Creación y el respeto y delicadeza de Jesús y la importancia de María, su Madre. Las que no postulan el respeto por el cuidado de todos los seres vivos y la naturaleza, parecen sospechosas. Las inmisericordes, en especial con los últimos, los carentes, los que tienen alguna discapacidad o los que en llano son pobres, lucen como falsas por muchas ceremonias bonitas que puedan ofrecer y al servicio del orgullo de los privilegiados y dominadores.

Claro que al final cada quien debe ser fiel a la propia conciencia. Hasta pensamos que Dios nos juzgará en base a esta. Así que, de fondo, hay un respeto por la conciencia de cada quien. Lo que no anula la necesidad de estar en permanente búsqueda de lo que es verdadero, justo, noble. Inclusive como cristianos. De lo contrario podemos enrocarnos en nuestro propio egoísmo, vanagloria, autosuficiencia.

La Primera Comunión es más que abrir la boca y sacar la lengua. Eso lo aprendieron a hacer varios años atrás. Es encontrarnos con Alguien que da sentido a la vida, como una fuerza tan desbordante como el agua caudalosa, que salta sobre las rocas y que nada puede detener.

Deseo para ustedes la mejor Primera Comunión posible. Permítanme besarlas en la frente y darles de corazón mi bendición.

Tío Alfonso

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