Jornada Mundial de la Juventud: el desafío de la comunicación

 


 

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En días pasados me conseguía con una joven. Tenía 25 años y había sido leal al compromiso cívico de votar en cuanta elección había habido, desde que alcanzó la mayoría de edad. De pronto, en la conversación, surgió su apreciación generacional sobre la comunicación, tanto en lo referente a los contenidos como al uso de los medios que se seleccionan. De hecho, tenía que ver con la estrategia comunicación de un aspirante, que había usado de manera fallida una determinada red social, causando un impacto opuesto a lo que se había propuesto.

Mirarla a los ojos azules era asumir que, con toda probabilidad, lo que ella estaba mirando yo no lo estaba viendo. De tal forma que estábamos perteneciendo a dos mundos diversos, aun cuando estábamos separados a menos de un metro, en la misma sala y con otras personas de edades diversas y abismos semejantes.

Esto me llevó a una especie de mirada introspectiva eclesial. Como Iglesia ¿cómo nos estamos situando ante este fenómeno? Así que, sin ánimo de ser exhaustivo ni atorrante, me gustaría pensar, mientras tecleo, sobre el valor de la comunicación, la percepción del mundo y el valor de las redes sociales. Y lo hago porque la JMJ (Jornada Mundial de la Juventud) es un desafío en este sentido y para los procesos eclesiales subsiguientes.

Lo primero que hay que considerar es que ni los ministros, ni los consagrados ni los laicos de toda la vida (y ya añejos) monopolizan lo que abarca la palabra Iglesia. Porque, aunque la reflexión la hace una persona de casi 60 años y 32 como sacerdote, el problema es que la Iglesia solo puede tener verbos que especifiquen su acción y esencia si asumen conjugaciones en la primera persona del plural, el nosotros. Así que hablar de la Iglesia, sobre todo de manera oficial por sus pastores, siempre es hablar en nombre de una experiencia de una colectividad en presente y pero también en pasado, por vigente que sea. El mismo mensaje de Jesús es transmitido por el nosotros de los Apóstoles, para referirnos a la apostolicidad. Pero también por los discípulos, que debían andar de dos en dos. La misma naturaleza de la Iglesia, según el Vaticano II, es trinitaria y el Papa solo puede ser Papa presidiendo el colegio de los obispos, que es un nosotros, y viceversa. Y en tiempos del papa Pío XII se hablaba en los documentos eclesiales de un nos, que se refería al Espíritu Santo y el santo Padre, por más que fuese una eclesiología vertical y descendente que se iniciaba en solitario con el Papa. Así que los jóvenes son tan Iglesia como cualquier bautizado, con responsabilidad de comunicar la fe en claves descifrables para los mismos jóvenes. Lo reconocemos hoy en día y no como moda pasajera sino como propio de la naturaleza de la Iglesia.

Lo cual no niega, sino que exige, el rol de pastores y de teólogos de ambos sexos y cualquier estado de vida, que implica “horas de vuelo” que ha dejado atrás los años de juventud. Porque el adulto tiene una responsabilidad, más si está formado, donde se combina lo transmitido, lo estudiado y lo vivido. Y negarse a dar a los jóvenes esta posibilidad sería tan triste como negar a los adultos de recibir el aporte de los jóvenes.

Vivimos en un mismo mundo con problemas concretos y reales. Es decir, no puede banalizarse como si fueran puntos de vista antagónicos que deben compartir espacios físicos comunes, con tolerancia y aceptación. Desde el aborto hasta la crisis climática implican cuestiones reales y no solo opinables. El nasciturus (la vida que se forma en el vientre materno) es o no persona en el sentido creacional (es decir, desde la fe y la teología, pero muy real). El daño ambiental puede acabar o no con el equilibrio ecológico y extinguir cantidad de especies. Es decir, hay situaciones que no puede ser al mismo tiempo ambas, lo uno y lo contrario. Una será cierta y la otra falsa. Aunque haya campos tan complejos como lo político o lo sociológico.

Si la realidad no puede ser una cosa y otra a la vez, cuando ambas son excluyentes (será una y no será otra), no queda otra posibilidad distinta a que se trate de un problema de percepción y comunicación. Alguno estará viendo mal (o incompleto) y comunicando en claves no descifrables para el otro. Por eso, suponiendo la honestidad de lo que se dice ¿cómo mirar en la misma dirección y que lo diferente enriquezca o corrija las distintas visiones?

El mundo de la política en general y en diversos países, así como el mundo del algoritmo y las redes sociales, se ha encargado de parcelar la realidad y fracturar su percepción. Y se hace con cantidad de artilugios. Por lo que no existe una visión compartida y no puede acordarse acciones conjuntas. En lugar de lo real ha aparecido lo que tiene intensidad emocional y que estimula los sentidos a tope. Puede ser valorado como más real la separación de Shakira con Piqué que cualquier matanza o crisis humanitaria. Sin negar el mensaje a la dignidad femenina que ha estado a lo largo de todo el divorcio. Pero la soledad y la desconexión (no me refiero a los dispositivos electrónicos) hace que los individuos sean fáciles de manipular. Cualquier articulación necesita de lo colectivo y de lo político, en el sentido de buscar cambios culturales y estructurales. Impedirlo, hace que la persona viva tan aislado como una mónada, sin trascendencia para los demás. Así que lo diverso debe decantarse en el encuentro. Y esto busca la JMJ.

Pero esta irrupción de los jóvenes necesita de itinerarios exigentes. Si el joven de hoy en día es un ser de 240 caracteres o una foto y un video de menos de un minuto, cualquier proceso de fe y, por lo tanto, de transformación, requiere un proceso de formación y profundización que ocupe más espacio y tiempo que el que se dedica a leer un mensaje de texto. Y podrá ser lo más animado del mundo, pero, como en cualquier formación que valga la pena, habrá que “consumir” contenidos en formatos menos amigables que los que nos proporcionan nuestros dispositivos. Porque ese es proceso de transformación del espíritu humano.

El viernes pasado Jesús, en el Evangelio de la misa, explicaba la parábola del sembrador (Mt 13, 18ss). Cuestión que le quita algo de gracia a la parábola, pero que da unas pistas imprescindibles. Por ejemplo, la semilla que cae en el camino y se la comen las aves, representa a los que escuchan la Palabra, pero no la entienden. Así que lo primero, para evitar ser esa tierra tan poco apta, es entender lo que se escucha. Contrario de una fe fideísta, que busca creer sin comprender lo que propone la fe. Porque la fe se expresa con palabras y las palabras tienen como objetivo la comunicación. Lo cual no agota el Misterio de Dios, pero sí nos permite salir al paso de su comunicación, iniciativa divina.

Otra de las tierras es la que tiene espinos que ahogan la semilla. Jesús lo explica como quienes se preocupan por la vida (¿quién no se preocupa?) y los que buscan riquezas (que no significa tampoco que necesariamente sean pobres). Todo esto los distrae, en el sentido de apartar y alejar, de la Palabra de Dios. Las TIC (Tecnologias de Informaciones y de las Comunicaciones) ofrecen mundos entrelazados de estímulos de envidiable intensidad y de estética curada. Que no necesariamente significa que sea cierto o ético. Pero el bombardeo de lo inmediato y breve, con diferentes intenciones, es tal que se salta de un contenido a otro, con la gracia de una gacela. Así que, en ese nivel, la Palabra de Dios está en situación de desventaja.

Es en el siguiente nivel, el que está más a fondo, donde la Palabra de Dios resuena señora. Para que llegue allí hay que escucharla y entenderla, pero también pensar y repensar, como si se pudiese rumiar. Allí hay soledad y los conflictos personales son reales. Hay creatividad y la persona puede reemerger reconfigurada, en la medida que esta Palabra toca lo real, por doloroso o difícil que pueda ser, pero sanando y otorgando paz. En adultos y jóvenes es allí donde es posible transmitir una buena Noticia y entrecruzar lazos de fraternidad. La experiencia de Jesús nos ha dado al Padre para nuestra filiación y al Espíritu Santo para la fraternidad.

Llegado a este punto queda la pregunta si las redes sociales pueden evangelizar. Yo respondería que no. Lo que evangelizan son las personas. En el caso de los jóvenes, pueden ser otros jóvenes. Se dice que los jóvenes evangelizan a los jóvenes. Así que las redes sociales pueden asemejarse a Jesús tocando la puerta. Pero quizás no más. Es cierto que la Biblia tiene mensajes de una línea, que calzan a la perfección con los formatos de redes sociales. Serviría para quien no se deje aturdir por los contenidos y se quede con pocos, día tras día, que los medite desde la mañana hasta el anochecer. Al final el encuentro con la Palabra implicará acudir al texto, sea en formato físico o digital. Y a las personas, pues la comunidad es consecuencia lógica del don de la fe. En la comunidad se puede superar la visión fragmentada. En la libertad se puede superar los sesgos que encasillan las cosas desde visiones únicas que encasillan y dominan.

Seguramente los jóvenes sean los que, en la medida que hacen procesos de fe, puedan buscar los nuevos formatos para comunicar o, por lo menos interpelar. Son quienes podrán conducir a otros niveles de profundidad a otros jóvenes. Sin excluir de antemano que otras generaciones y estados de vida puedan colaborar también. Evitando el ridículo de de ministros que aparecen en las redes bailando música profana (me encanta el género musical de cualquier tipo siempre y cuando no vaya contra los valores morales) en el presbiterio y revestidos (desatinado), quienes hacen de la misa un carnaval con palanganas de agua bendita para mojar (literalmente) a los feligreses, o el ministro que entra en patineta a la celebración (desconozco si quienes han aparecido pertenecen a la Iglesia católica o a alguna iglesia separada). Banalizar no es evangelizar. De lo contrario los templos se convierten en casas de la risa.

Termino con la acotación de que vivimos en un país muy particular. Además de la brecha de desigualdad y la ausencia de servicios generalizada, está la pregunta sobre los jóvenes que quedan excluidos de toda comunicación por redes sociales ¿les llegará la buena noticia de que Dios les ama?

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