Una Iglesia sinodal en misión: ¿Dónde está Jesús, el Cristo, en la relación final de la primera sesión del Sínodo de la Sinodalidad?

 


 

De las 20.394 palabras que tiene la relación en italiano, la palabra Jesús aparece 28 veces; la palabra Cristo lo hace 25; Señor, 18; Hijo, 3; y Reino, 14. Si sumamos todas estas citas, son 88.

Pero Palabra, referida a la de Dios, está 22 veces; Evangelio, 13; Trinidad, 6; Padre (Dios) está 8 veces.

Por contraste, Espíritu (Santo) aparece en 48 ocasiones; Iglesia en 214 oportunidades; obispos, 68; diáconos, 94; Misión, 73; y pobres/pobreza en 48 momentos.

Cierto que es solo una constatación, que amerita una explicación. De momento son estadísticas que pueden decir, como puede que no. Lo primero, salta a la vista lo obvio: es un documento sobre la Iglesia, o sea, eclesiológico.

La relación tiene una introducción y una conclusión. En el intermedio toca 20 puntos distribuidos en 3 partes: El rostro de la Iglesia sinodal, Todos discípulos, todos misioneros; y Tejer lazos, crear comunidad. Cada uno de los puntos está estructurado en 3 aspectos: en lo que se converge, lo que hace falta afrontar y lo que se propone.

Primera parte: el rostro de la Iglesia sinodal.

El rostro de la Iglesia sinodal enuncia, de manera muy bella, la identidad de la Iglesia. Alude al rostro que, puesto que todos somos Iglesia, puede equivaler a verse y reconocerse cuando nos vemos reflejados en el espejo: la imagen o el ícono. Más allá de la cantidad de veces que pueda repetirse un término, es importante donde está situado. Porque en esta parte se señala a la Trinidad como fuente de identidad eclesial, como lo hace la Lumen Gentium del concilio Vaticano II. Y, así mismo, se destaca la importancia del bautismo (iniciación cristiana) como lo que nos hace miembros del Pueblo de Dios en términos de dignidad e igualdad.

El tema del rostro puede ser muy hermoso. Está presente en los salmos (“tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro”, del salmo 26), que reflexionaba Ratzinger-Benedicto inclusive en la introducción al primer volumen de Jesús de Nazaret. El rostro que solo se puede ver reflejado (en la Trinidad) hace que la Iglesia descubra su vocación en ser su ícono (imagen) del Dios Trino. Es el aporte que ha hecho Mons. Bruno Forte desde su teología.

Como una novedad, pues está colocada no en la misión, sino en la identidad de la Iglesia, están los pobres. Los pone como protagonistas del camino de la Iglesia y, por lo tanto, los sitúa como miembros. En el texto alude de forma explícita a la motivación cristológica, razón por la que están allí. Y afirma que pobres es una categoría teológica antes que sociológica o de cualquier otro campo. Se lee “pobres y descartados”, a los que se suman otras pobrezas que pueden ser espirituales, los excluidos, la preocupación por la “casa común”, la dignidad de la vida… con una enumeración abierta en el segundo párrafo, en los que se reconoce el rostro de rostro y la carne de Cristo, como indica en el último.

La expresión joánica (del Apocalipsis) de “de toda tribu, lengua, pueblo y nación” sirve para expresar la universidad poliédrica de la Iglesia, cuestión tan querida para el Papa. Lo que implica un descentramiento de la cultura europea, donde se ha gestado buena parte de la reflexión teológica y, en la línea de la teología argentina del pueblo, se abre a la universalidad de las tradiciones y culturas locales.

Esta primera parte termina aludiendo tanto a la relación entre las tradiciones cristianas de las iglesias orientales y latinas, como al desafío de procurar la unidad con quien no comulga plenamente en la fe católica.

Segunda parte: Todos discípulos, todos misioneros.

La segunda parte tiene un nombre que recuerda al documento de Aparecida: Todos discípulos, todos misioneros. Considero que buena parte del meollo del sínodo se encuentra en esta parte, que toca las distintas vocaciones y servicios (ministerios) dentro de la Iglesia. Al final la sinodalidad invoca al caminar juntos de todo el Pueblo de Dios. Y también al reconocerse (reconocer el rostro de la Iglesia en el otro) y escucharse, para estar dispuestos a escuchar al Espíritu. Lo que también se une al tema del laicado y a la advertencia de que los clérigos no caigan en el clericalismo, ni los laicos lo alienten. Porque una de las preguntas en relación con el laicado está en su presencia en instancias de toma de decisiones en la Iglesia. Aunque en general le compete la santificación de los asuntos temporales, como recordaba el Vaticano II, no por ello conviene ni es válido excluirlos y reservar a los clérigos la toma de decisiones.

Partiendo de esta identidad entre Iglesia y misión, para de inmediato zambullirse en un asunto de relevante urgencia: el papel y aporte de la mujer. Cuestión interesante, porque lo habitual ha sido que obispos-varones (“nosotros”) hablen de “ellas” para decirles lo valiosas que son y lo bien que lo hacen. En este caso el “nosotros” es más abierto, porque incorpora tanto al “ellos” como al “ellas” y las distintas formas de participar en la Iglesia. Tanto, que se pregunta sin que haya habido un acuerdo, sobre la conveniencia o no de restaurar el diaconado femenino que existía hasta aproximadamente el IV siglo. Cuestión que no es única en cuanto a lo tratado en relación con la mujer. Pues su participación, que incluye el ser oídas, es algo más amplio.

Se recorre tanto la vida consagrada como las asociaciones de fieles (de laicos), como formas de vida y organizaciones dentro de la Iglesia. También queda la pregunta sobre la forma del presbiterado y diaconado en una iglesia sinodal. Y como queda el obispo en relación con la comunión eclesial. Así como también la relación entre el Obispo de Roma (el Papa) y el resto del colegio episcopal.

Tercera parte: Tejer lazos, crear comunidad.

El título de la tercera parte es muy bonito y contemplativo. Casi que poético en su expresión: tejer lazos, crear comunidad. Un asunto dinámico y artesanal, de cada día. Tarea nunca acabada.

Alude a una temática parecida a la que está en el documento 11 del Concilio Plenario de Venezuela: las instancias o estructuras para la comunión y sinodalidad.

Parte considerando la formación que debe haber para una Iglesia sinodal. Los asuntos sobre el discernimiento eclesial y otras cuestiones abiertas. Afianza la importancia de que la Iglesia escuche y sea capaz de acompañar. Toca la novedad de los misioneros en los ambientes digitales. Y se pregunta por los órganos eclesiales de participación. También se plantea el desafío y conveniencia de reagrupar las iglesias en la gran Iglesia (Ecclesia tota), que es como reorganizar las fuerzas y esfuerzos desde la comunión, inclusive desde las instancias ya existentes; esto superando funcionamientos aislados, sino desde la participación y mutua colaboración. Y, en esta línea, la relación entre el sínodo de obispos y la asamblea eclesial. A grades trazos este es el recorrido por el documento.

Volviendo al principio…

Pero, volvamos a la pregunta inicial. Se habla mucho de la Iglesia, la misión y los diversos miembros en situaciones diversas ¿Dónde ha quedado Jesús, el Cristo?

Las menciones han sido escasas, pero no menos importantes. No siempre se hace de forma explícita, pero se da la alusión. Por ejemplo, cuando se habla de el Reino de Dios (que se dará, según dice, cuando “Dios sea en todo y en todos”). O mencionando el Evangelio. Si unimos todo, pudiésemos llegar a unas 93 menciones.

De esas, una de particular importancia tiene que ver con el punto sobre los pobres. Su justificación es teológica y cristológica. Razón por la que debe estar allí.

Pero hay un lugar donde parece coronar la alusión al Señor: en la conclusión. Es “descaradamente” cristológico. No como un cierre estético, sino con una profundidad avasallante. El 28% de la mención al Reino de Dios está aquí. En las 372 palabras de la conclusión, Jesús aparece en 3 oportunidades, el 10.71% de las menciones en todo el documento. Y Señor repite la cantidad de veces, que corresponde al 16.6% de la relación.

Luego de la mención a la Palabra de Dios, el Evangelio, el Reino, Jesús, las parábolas… termina diciendo que la Iglesia no tiene otra palabra que no sea la suya: “la Chiesa è chiamata a ripetere le parole di Gesù, a farle rivivere in tutta la loro forza” (la Iglesia está llamada a repetir las palabras de Jesús, a hacerlas revivir con toda su fuerza).

¿Por qué aparece a lo último? Porque de eso se trata la sinodalidad: dejarse guiar por el Espíritu para reencontrarse con el Señor resucitado y su vigencia para el ser humano de hoy. Para poder caminar en fidelidad y ser oportunidad para que otros se consigan con él. Al final se trata de dejarse llevar por el Espíritu, no por el espejismo de las propias ocurrencias, al encuentro con el Señor, a quien hay que buscar. Conseguirlo donde se encuentra, diría Jon Sobrino recogiendo el parecer de otros teólogos latinoamericanos. Hacer camino, que implica conversión-acercamiento.

Antes no ha aparecido, me refiero a la mención, con tal fuerza, frecuencia y concentración. Porque se está en proceso de identificar su presencia en la historia y signos de los tiempos, para no quedarse con afirmaciones dogmáticas y metafísicas ciertas, pero insuficientes para el propósito que se sigue (de hecho no hay un aparato crítico lleno de citas de la Escritura, la Tradición o el Magisterio). Adelantar lo que realmente dice el Espíritu es jugar en posición adelantada. Querer quizás cubrir de un halo divino lo que puede ser la propia posición, ideología o un momento de transición que debe ser abandonado en favor de profundizar. Esperar que los demás se conviertan al punto de vista que yo traigo, como victoria y derrota, es no entender ni al Espíritu ni de que va la sinodalidad.

Lo cristológico, en sentido secular en la iglesia latina, ha estado ligado a la norma. Cuando en el caso de las Iglesias orientales han estado más abiertas al Espíritu. Cierto que hace falta una cristología pneumatológica, pues es la que inspira el seguimiento y la espiritualidad. Pero también hace falta, cuando llegue, la conciencia compartida de lo que quiere el Señor y de lo que hay que hacer. Y ello implica la exigencia compartida, tanto en motivaciones como en directrices.



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